¿Que significa MAKTUK ?

 


Maktuk es una palabra de origen árabe, “Maktub”, transformada por el paso del tiempo y con un profundo significado: “estaba escrito”. Maktuk nos dice que lo que está destinado a suceder siempre encontrará una forma única, mágica y maravillosa para manifestarse.


Maktuk nos cuenta una historia antigua de cuando los árabes habitaban en Extremadura. Alrededor del año 1209, en un rincón entre árboles y campos, unos frailes franciscanos preparaban ungüentos secretos y remedios de plantas para aliviar las dolencias de los afligidos y de sus leales animales.


Estos monjes sanadores nos dejaron por escrito un legado de los usos de diversas plantas para ayudarnos a mejorar nuestros estados anímicos y sensoriales. Antonio Serrano García consiguió rescatar estas fórmulas sagradas, antiguos ungüentos y secretos olvidados para transformarlos en su laboratorio y convertirlos en productos únicos para el cuidado de la salud y de la piel.


Es también la historia de una vida, la vida que encuentra siempre un camino, porque MAKTUK es una vida, un sendero, un destino.


Una historia basada en hechos reales.

 

 


Creo que todas las historias deberían empezar por “Érase una vez …


Érase una vez un niño de un pueblo muy pequeño de Extremadura, llamado Casas de San Bernardo, un pueblecito tan pequeño que no tiene ayuntamiento, y pertenece a un pueblo cercano llamado Belvís de Monroy.


Corría la década de los setenta, y como todo niño inquieto con ganas de aventuras, me escapaba a jugar por las ruinas de un castillo medieval del siglo XIII y de un convento que había sido fundado por frailes de una orden muy austera, la “Orden de los Franciscanos Descalzos”. Me pasaba el día correteando por las ruinas de sus estancias, el coro, el claustro, el refectorio, y observaba las pinturas de la iglesia que todavía quedaban, pese al paso del tiempo, y pese al abandono con el que se encontraba el lugar.
 

Me imaginaba cómo sería la vida de aquellos primeros 12 misioneros que partieron hacia las Indias allá por el año 1524, al encuentro con el Nuevo Mundo; misioneros con una tarea no sólo evangelizadora, sino también exploradora y antropóloga. De ahí surgió mi afición por viajar y descubrir sitios y culturas.
 

Mis días pasaban explorando estancias, buscando túneles secretos, e intentando descubrir algún tesoro. Cuando sentía hambre, comía frutas del huerto, pues aún permanecía allí. Dependiendo de la época, devoraba ricas manzanas, dulces higos, negras y deliciosas moras… También se conservaba el estanque del que emanaba agua fresquita prácticamente todo el año y que me servía de alivio en verano, y me protegía de la deshidratación y de ese calor intenso del norte de Extremadura.

 

 

La estancia que más me intrigaba era aquella que se encontraba junto al huerto. Unos años más tarde comprendí que seguramente pudo ser el herbolario del convento, sitio donde algún fraile cargado de conocimientos, guardaba en frascos y vasijas las plantas recolectadas en el huerto para utilizarlas en emplastes, ungüentos o tisanas para aliviar, ya no solo las dolencias de los propios frailes, sino también las de todo aquel que las necesitara, dado que este sería el punto más cercano para aliviar dolencias, pues estos frailes franciscanos de la orden de los descalzos no solo era la congregación de monjes más austeros, sino que eran los más cultos de la iglesia católica de aquella época.


Los monjes del Convento de Franciscanos del Berrocal, no sólo obtenían los conocimientos de plantas y el uso de estas para curar y aliviar dolencias en libros antiguos que atesoraban dentro de sus muros, sino que también, al ser personas inquietas, adquirían el conocimiento y el saber popular de las gentes que rodeaban aquel santo lugar.


Cuenta la historia de mi pueblo que un aldeano contó a los frailes que, destilando plantas de la zona, mezclándolas en proporciones exactas, y macerándolas su debido tiempo, ayudaban en distintos estados emocionales, como en la relajación, meditación, estimulación… Estos conocimientos se transmitían de padres a hijos desde los tiempos en que los árabes pasaron por allí y fueron estos árabes los que vincularon la palabra Maktub, (“estaba escrito”), con los poderes de estas mezclas de plantas.


Con el paso de generaciones, donde todavía no estaba muy extendido la palabra escrita y menos en unas tierras tan alejadas de cualquier civilización como era mi pueblo, los frailes escribieron todo este legado de conocimiento para preservarlo en el tiempo, pero al transcribirlo cometieron alguna que otra errata, y la palabra Maktub la terminaron con “k”, y de esta forma, a estos conocimientos y fórmulas, los franciscanos los llamaron “Maktuk”, que es el conocimiento botánico y aromático de las plantas para aliviar y mejorar el cuerpo, además de provocar sensaciones o estados emocionales.


Y es así, como en mi mente, y con mis recuerdos, me surgen las ganas de ayudar a las personas y animales de mi alrededor, y la manera de rememorar mis juegos, aventuras, estudios, proyectos, sacrificios y vivencias que me han acontecido a lo largo de toda mi vida, es creando esta línea de cosmética aromática y sensorial llamada “Maktuk”.


La vida encuentra siempre un camino y el mío estaba escrito: ser creador de aromas y de una línea de cosmética botánica sensorial. Aquellos franciscanos del convento de mi pueblo plasmaban en sus libros todo el conocimiento sobre plantas, y yo me comprometo a transmitir todos mis conocimientos en cada fórmula de MAKTUK.


Con esto quiero agradecer a mi pueblo y a la enorme fortuna que tuve de poder aprender jugando, a mis padres que me dieron todo lo que tenían para que yo estudiara, y a mis abuelos, que me transmitieron todo su cariño y paciencia.


Fui testigo de unos conocimientos y ahora me convierto en transmisor de magia y bienestar.


Es sobre todo un símbolo de recuperación, de resurgir, de un valor que, tras una época de mi vida, renace con más fuerza en mi interior.


Un proyecto creado a mi manera, siendo muy consciente del lugar donde al fin he elegido dar forma a mi modus vivendi y a mis sueños.


Antonio Serrano García

 

 

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